A las ocho y media de la mañana corría una brisa fresca en la plaza del pueblo, había ya una gran cantidad de gente, entre corredores, organizadores, personal de protección civil, curiosos, etc. El ambiente era de nerviosismo general, pues todo debería estar a punto en el momento en que dieran comienzo las carreras. Los corredores estiraban y calentaban sus músculos, los organizadores ultimaban los detalles para que todo transcurriese sin percances, se repartían los puestos de control y avituallamiento a lo largo del recorrido, hasta que, por fin, a eso de las nueve menos cuarto, nos pusimos en marcha con el coche lleno de todo tipo de señalizaciones, botellitas de agua, de “acuaruis” y de barritas energéticas, hacia el punto donde deberíamos colocarnos en el recorrido: “la cuesta del Rano”.
El día estaba gris, con grandes nublos que amenazaban lluvia y, conforme íbamos ascendiendo por la pista que conduce al lugar del puesto, el frío se hacía cada vez más intenso. Cuando llegamos al lugar, tras una travesía algo accidentada, pues la noche anterior estuvo lloviendo durante algunas horas y en varios tramos se hizo necesario emplear a fondo el 4x4 con la reductora a tope.
Al llegar al cruce que va hacia la cuesta del Rano, a un par de kilómetros más o menos de la meta, donde las carreras de ciclistas y corredores de a pié se separan antes de la llegada, aparcamos el coche y nos dispusimos a colocar señalizaciones y lo necesario para el avituallamiento de los corredores. Pero al abrir las puertas, un viento fuerte y frío nos dejó paralizados durante unos instantes, un viento de esos que te cortan la tez, te agrieta los labios y te invita sin ningún tipo de delicadeza a volver al interior del coche y ver los toros desde la barrera.¡ Parece mentira que todos los años me pase lo mismo y, viendo que en el pueblo no hace un frío glacial, me subo a la sierra sin el abrigo pertinente!.
La carrera tiene un recorrido de unos 17 kilómetros para los corredores que la hacen a pié y algunos más para los ciclistas. La salida está en la plaza del pueblo y es prácticamente todo el recorrido cuesta arriba, salvando un desnivel de unos 1400 metros. Atraviesa todo el pueblo desde la plaza hasta el arroyo de Celín y entra en la sierra por la vereda llamada “los Borondos”, durísima en sus primeros metros para los corredores, pues en ellos sube mucho en poca distancia. Luego se suavizan algo las rampas hasta llegar a “Clavero”, desde donde se vuelven a endurecer hasta “los Cabañiles” y “Fuente Alta” y, desde allí, sin dejar de subir hasta nuestro puesto y las antenas de “Nuevo Mundo”. Todo el recorrido transcurre por veredas estrechas en su mayoría y algunos tramos de pista forestal. Conforme se va subiendo, la vegetación se hace mas exuberante a media altura y se convierte en espartales y matas rasas para aguantar nieves y fuertes vientos al llegar arriba. Las vistas que ofrece el recorrido también van cambiando, pasando de un bosque típicamente mediterráneo de pinares y multitud de plantas aromáticas, entre las que destacan: el romero, el tomillo y algunas plantas de lavanda que, junto con la tierra mojada de la noche anterior proporcionaban al recorrido toda una gama de olores que lo hacían especialmente gratificante de hacer. Más arriba, una vez pasado el cruce de Clavero, la vegetación cambia y empiezan a aparecer gran cantidad de encinas mezcladas con el pinar, hasta llegar a Fuente Alta, a partir de donde la vegetación se hace más propia de la alta montaña, con pinos atormentados en sus ramas y troncos por el peso de las nieves y los fuertes vientos y una cantidad de variedades de matorrales tupidos, casi inexpugnables y muy pegados al suelo.
El paisaje que ofrece el recorrido de la carrera también es muy variopinto, pues va desde, una arboleda en la que se mezclan especies de hoja caduca, ya amarilleada por el otoño, con otras de hoja perenne a la altura del arroyo de Celín, bosques de pinos cerrados que apenas dejan ver solamente el camino, hasta lugares donde el horizonte se abre casi hasta el infinito ofreciendo unas maravillosas vistas del mar y los campos de EL Ejido hacia un lado y las cumbres blanqueadas de Sierra Nevada hacia el otro. Mientras el día estaba nublado, no se distinguía bien desde allí arriba dónde acababa el mar de invernaderos y donde comenzaba el mar Mediterráneo, lo que daba la sensación de estar corriendo por el mismísimo borde del fin del mundo.
En definitiva, se puede decir que se trata de una carrera realmente dura pero infinitamente bella, de las que gusta correr porque, haga el tiempo que haga, siempre dejan buen sabor de boca y esa gratificante sensación de que el sufrimiento experimentado en la misma ha merecido la pena.
Más o menos a la hora y media de permanecer en nuestro puesto de control, salió el sol, amainó algo el viento y comenzaron a aparecer los primeros ciclistas, con síntomas de cansancio, las caras tapadas por el frío y el alivio de divisar desde ese punto la meta, aunque les quedaban todavía unos cuatro kilómetros de subida. Un poco más tarde, aparecieron los primeros corredores de a pié, con gestos crispados por el esfuerzo, por el dolor, sudorosos pese al frío que hacía, sin casi poder hablar para pedir agua, algunos con dolorosos calambres en las piernas, pero todos ellos con ese brillo en los ojos de la satisfacción que produce el haber llegado hasta el final, haberse superado a sí mismos y a la montaña. Hasta a mí mismo hubo momentos en los que casi se me saltan las lágrimas. Son todos ellos un ejemplo de superación realmente admirable, un ejemplo para todos nosotros, los que allí estuvimos y los que no.